La lavandera, conectada al simbolismo del río y del agua, completo en una tríada la pareja cazador-pescador. En su aspecto de matrona, se refiere no sólo a la purificación, sino también al renacimiento, invitando a seguir el «camino» de la vida: la misma advertencia que nos viene de las páginas del gran poeta Dante.
La lavandera, en el pesebre napolitano, es, creo, la figura más seductora, así como la gitana es la más inquietante.
La lavandera es, sin duda, la figura más atractiva, cuando los Maestros que preparan las figuras se divierten capturando y transfundiendo en la arcilla toda la opulencia de las mujeres del pueblo.

La imagen de la lavandera, como la veo en el pesebre, siempre me ha recordado las mujeres napolitanas como las he visto tantas veces en el umbral de sus casas, a partir del cual se extiende el olor de frescura y limpieza: en su trabajo está toda la poesía de una obra humilde y esencial, esencial justo porque humilde, como es la característica de todo verdadero trabajo.
La figura de la lavandera no pierde el encanto, incluso cuando se representa adelante en los años, como en esta bonita pieza del taller de Festinese: la variedad de colores en los trapos lavados mete alegría y el toque de verdad en el chal y el peine que tiene el moño inspira simpatía.

La lavandera, como una imagen de la mujer que elimina los residuos de suciedad humana, es una figura muy conocida, incluso al Alquimia.
Un emblema de la Atalanta fugiens, de Michael Maier, indica el la lavandera el ejemplo que el verdadero alquimista debe seguir, si quiere completar la obra.

«Alcanza la mujer que lava la ropa y haz lo mismo «
La lavandera está estrechamente vinculada con el río y el simbolismo del agua y, por lo tanto, en el pesebre, también a la otra figura importante, que es la del pescador; en consecuencia, también con el cazador que con el pescador forma una pareja en relación de oposición y complementariedad.
Quiero detenerme un poco sobre el símbolo del «agua», como complemento a lo que dije en el artículo sobre el pescador: símbolo que es uno de los más ricos y complejos, sobre la base de que el agua concreta, real, es crucial para la vida del hombre.
Por ejemplo, el agua, por decir el filósofo griego Tales, es el elemento original de la que están hechas todas las cosas.
Y los religiosos, sin duda se recordarán que en la Biblia, justo al comienzo del Génesis, el espíritu de Dios se cierne sobre las aguas. Entonces, el agua es el elemento primordial: en el Génesis Dios separa las aguas que estaban sobre el firmamento, de las que estaban debajo del firmamento, asegurando de este modo la posibilidad de vida a las criaturas que vendrian.
El agua que cae del cielo en forma de lluvia sirve para fertilizar la tierra, promesa y garantía de vida, pero la historia de la inundación, por la cual la deidad destruye la humanidad, culpable de muchos crímenes, revela en su mayor despejar la ambigüedad fundamental de este símbolo, ambigüedad de la que he hablado en el artículo sobre la interpretación de los símbolos.
Pero, después de la inundación es un nuevo comienzo y una nueva humanidad, como sucede de forma explícita en el mito griego, en el que Deucalión y Pirra repoblan el mundo, lanzando piedras atrás.
En la inundación, por lo tanto, el agua ha mostrado todo su poder destructivo, sino también su poder de renovación, limpiando la tierra de las injusticias de los hombres: es, pues, el caso extremo de agua como un instrumento de purificación.
Esta es la transferencia habitual de hechos importantes en el nivel espiritual, a través del proceso mental llamado analogía: puesto que el agua es el medio normal por el cual nos lavamos y quitamos las manchas materiales que desfiguran la belleza y el decoro exterior, a esta acción de limpieza externa puede igualar la purificación del mal y del pecado en el plano interior.
Esta constelación simbólica está contenida en el gesto con el que el sacerdote rocía a los fieles con agua bendita y, de una manera muy » acortada», en nuestro uso de «bañar» los objetos antes de empezar a usarlos.
Como se puede ver, entonces, la lavandera de ninguna manera es un personaje secundario, sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de otro aspecto de es figura que aparece en muchas representaciones de la Natividad, sea de Jesús, que de María: la partera, quien, después de haber ayudado al niño a salir a la luz, lo lava, limpiándolo de las de impurezas del parto.
Te propongo dos imágenes interesantes de la partera/lavandera, que, junto con muchos otras, he encontrado en mis viajes a Italia: la primera viene del Baptisterio de Verona, la segunda es un fragmento de un fresco, debido a Montano d’Arezzo, en la basílica de San Lorenzo en Nápoles.

Decoración escultórica del Baptisterio de Verona.
Arriba, el belén con el Niño. Junto a la Virgen, San José. A continuación, la partera.
Foto Italo Sarcone


Foto de Italo Sarcone
La lavandera, entonces, completa en una triada la pareja cazador/pescador, en alusión al renacimiento en la dimensión superior del espíritu, donde se supera el monótono agotador acontecimiento del nacer-vivir-morir.
La lavandera es una invitación para seguir adelante, para continuar el camino emprendido, a no desanimarse por las dificultades de la existencia, porque esta tiene un sentido, no es un ir sin propósito, sino se trata de un «camino», un «viaje» con un destino seguro, como, una vez más, nos asegura el gran poeta italiano Dante Alighieri.
«A mitad del camino de nuestra vida»
«Tu sabrás de tu vida el viaje»
Y tu, ¿alguna vez has pensado en tomar Dante como guía en la comprensión del «viaje del pesebre»?