Nacido en la popular calle de San Gregorio Armeno en Nápoles, con la leche materna absorbí la cultura del pesebre napolitano.
Mi padre trabajaba en la estatuaria sagrada, o sea las estatuas para el culto de la Virgen María y los Santos. Cuando estaba trabajando, yo estaba junto a él, y intentaba ayudarlo: la mayor parte del tiempo, por supuesto, hacia pequeños desastres, por los que mi padre no se enojaba en absoluto. Era, de echo, feliz de que demostrara el deseo de aprender el arte: por lo tanto, con paciencia arreglaba la parte de la estatua que yo había arruinado. Después de todo, tenia sólo seis o siete años. No sólo me mostró cómo funcionaba en la práctica, sino que también me explicó qué símbolos, que actitudes, cuales prendas debia tener cada santo, para ser inmediatamente reconocido por los fieles: así, he aprendido no sólo los rudimentos de un oficio, sino también los primeros elementos de lo que más tarde, mucho más tarde, habría descubierto ser las disciplinas académicas de la iconografía y de la iconología.
Y para Navidad, por supuesto, preparaba, para mí y para la familia, el pesebre. También los otros artesanos cuyos talleres daban a la calle, estaban ocupados en preparar los pesebres, no sólo para su hogar, sino también para venderlos y complementar sus magros ingresos en vista de las grandes fiestas de Navidad. Eran tiempos de gran pobreza, pero también de gran simplicidad, en la que todo el mundo podría ser, a su manera, feliz.
A esta simplicidad de la vida correspondía una simplicidad en el arte: el pesebre popular napolitano es, de hecho, de estructura muy simple, pero es, en su simplicidad, belleza y, sobre todo, como descubrí más tarde, lleno de significado. Creo que no hay un producto artesanal que pueda competir en belleza con un pesebre.
Entonces vino lo que yo llamo «la expulsión del Paraíso«. Mi padre fue llamado al cielo, para ver lo que era realmente el rostro de la Virgen, que tantas veces había representado con su arte, y yo quedé sin Maestro y sin la Taller. Sin ser capaz de continuar en el camino del Arte.
Después de poco tiempo, a sólo un año y medio, siguió mi hermano, que tenía veinte años, y, dejando sus estudios que había comenzado, trató de revivir el taller.
Narré esta historia, más de treinta años después, en el primer libro que he dado a la prensa, ese In Limine, que es el trabajo que siento más cercano.
¿Qué podía hacer? Estaba demostrado que tenia una cierta capacidad en los estudios, y con ellos me hicieron comenzar. Estudié latín, griego, incluso sánscrito: a treinta años pasé el concurso para la enseñanza (el último a nivel nacional) en estudios clásicos y fui enviado a enseñar latín y griego en la más bella escuela clásica de Nápoles (coincidencias significativas, como las llamaba C.G. Jung: en ese instituto, mi hermano había asistido a su escuela secundaria y, en la plaza de frente, en la parte superior de un obelisco se regia la imagen de la Inmaculada, que mi padre tantas veces había representado).
En ese instituto, he enseñado durante treinta y dos años. También he escrito libros sobre temas que enseñé.
Sin embargo, mi espíritu nunca se ha separado del lugar donde viví los primeros años. Incluso hoy en día, a menudo sueño de estar en taller con mi padre, que trabaja con arcilla y cartón piedra.
Tampoco he dejado de frecuentar el arte: a los doce, cree el primer pesebre hecho completamente solo. Desde entonces nunca he dejado, cerca de la Navidad, de trabajar con papel maché, tiza, pegamento, colores, para preparar el belén al Niño Jesús donde en el Sagrada noche vendría a nacer.
Con el tiempo, la técnica se ha vuelto más experta; gracias a los estudios, he profundizado el significado simbólico oculto en la estructura del pesebre napolitano y en las figuras que lo pueblan. También he escrito un libro, «Il Sogno di Benino – Alchimia del Presepe Popolare Napoletano«.
Y ahora estoy en estas páginas, para hacerle partícipe de lo que he aprendido y descubierto en el curso de mi vida, que comienzan con esas primeras enseñanzas de mi padre.
A propósito: mi nombre es Italo Sarcone, nací en 1946, en el número 50 de San Gregorio Armeno, he escrito ocho libros, de los que, tal vez, te hablaré, y he enseñado, como ya he mencionado, durante treinta y dos años, en la Escuela Clásica «Antonio Genovesi «de Nápoles.
«… Y todo el sentido de nuestro ir será de volver al punto de partida y, por primera vez reconocer el lugar.» Th. Stearns Eliot